La
sostenibilidad como [r]evolución cultural, tecnocientífica y política.
El concepto de
sostenibilidad surge por vía negativa, como resultado de los análisis de la
situación del mundo, que puede describirse como una «emergencia planetaria»
(Bybee, 1991), como una situación insostenible que amenaza gravemente el futuro
de la humanidad.
Se trata, en
opinión de Bybee (1991), de «la idea central unificadora más necesaria en este
momento de la historia de la humanidad», aunque se abre paso con dificultad y
ha generado incomprensiones y críticas que es preciso analizar.
Una primera crítica
de las muchas que ha recibido la definición de la CMMAD es que el concepto de
desarrollo sostenible apenas sería la expresión de una idea de sentido común
(sostenible vendría de sostener, cuyo primer significado, de su raíz latina
“sustinere”, es “sustentar, mantener firme una cosa”) de la que aparecen
indicios en numerosas civilizaciones que han intuido la necesidad de preservar
los recursos para las generaciones futuras.
Otra de las
críticas que suele hacerse a la definición de la CMMAD es que, si bien se
preocupa por las generaciones futuras, no dice nada acerca de las tremendas
diferencias que se dan en la actualidad entre quienes viven en un mundo de
opulencia y quienes lo hacen en la mayor de las miserias. Es cierto que la
expresión «… satisface las necesidades de la generación presente sin
comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus
propias necesidades » puede parecer ambigua al respecto. Pero en la misma página
en que se da dicha definición podemos leer: «Aun el restringido concepto de
sostenibilidad física implica la preocupación por la igualdad social entre las
generaciones, preocupación que debe lógicamente extenderse a la igualdad dentro
de cada generación». E inmediatamente se agrega: «El desarrollo sostenible
requiere la satisfacción de las necesidades básicas de todos y extiende a todos
la oportunidad de satisfacer sus aspiraciones a una vida mejor». No hay, pues,
olvido de la solidaridad intrageneracional.
Cabe señalar que
todas esas críticas al concepto de desarrollo sostenible no representan un serio
peligro; más bien, utilizan argumentos que refuerzan la orientación propuesta
por la CMMAD y el “Plan de Acción” de Naciones Unidas (Agenda 21) y salen al
paso de sus desvirtuaciones. El autentico peligro reside en la acción de
quienes siguen actuando como si el medio pudiera soportarlo todo… que son, hoy
por hoy, la inmensa mayoría de los ciudadanos y responsables políticos.
Se precisan cambios
profundos que explican el uso de expresiones como “revolución energética”, “revolución
del cambio climático”, etc. Mayor Zaragoza (2000) insiste en la necesidad de
una profunda revolución cultural y la ONG Greenpeace ha acuñado la expresión
[r]evolución por la sostenibilidad, que muestra acertadamente la necesidad de
unir los conceptos de revolución y evolución: revolución para señalar la
necesidad de cambio profundo, radical, en nuestras formas de vida y
organización social; evolución para puntualizar que no se puede esperar tal
cambio como fruto de una acción concreta, más o menos acotada en el tiempo.
-
Dicha [r]evolución
por un futuro sostenible exige de todos los actores sociales romper con:
• Planteamientos
puramente locales y a corto plazo, porque los problemas sólo tienen solución
si se tiene en
cuenta su dimensión glocal (a la vez local y global).
• La indiferencia
hacia un ambiente considerado inmutable, insensible a nuestras “pequeñas” acciones;
esto es algo que podía considerarse válido mientras los seres humanos éramos
unos pocos millones, pero ha dejado de serlo con más de 6500 millones.
• La ignorancia de
la propia responsabilidad: por el contrario, lo que cada cual hace –o deja de hacer-
como consumidor, profesional y ciudadano tiene importancia.
• La búsqueda de
soluciones que perjudiquen a otros: hoy ha dejado de ser posible labrar un futuro
para “los nuestros” a costa de otros; los desequilibrios no son sostenibles.
Por esa razón,
Naciones Unidas, frente a la gravedad y urgencia de los problemas a los que se enfrenta
hoy la humanidad, ha instituido una Década de la Educación para un futuro sostenible
(2005–2014), designando a UNESCO como órgano responsable de su promoción y
encareciendo a todos los educadores a asumir un compromiso para que toda la
educación, tanto formal (desde la escuela primaria a la universidad) como
informal (museos, medios de comunicación...).
Educación
para la sostenibilidad
La importancia dada
por los expertos en sostenibilidad al papel de la educación queda reflejada en el
lanzamiento mismo de la Década de la Educación para el Desarrollo Sostenible o,
mejor, para un futuro sostenible (2005-2014) a cuyo impulso y desarrollo esta
destinada esta página web.
En esencia se
propone impulsar una educación solidaria –superadora de la tendencia a
orientar el comportamiento en función de intereses particulares a corto plazo,
o de la simple costumbre– que contribuya a una correcta percepción del estado
del mundo, genere actitudes y comportamientos responsables y prepare
para la toma de decisiones fundamentadas (Aikenhead, 1985) dirigidas al logro de
un desarrollo culturalmente plural y físicamente sostenible (Delors, 1996;
Cortina et al., 1998).
La educación para
un futuro sostenible habría de apoyarse, cabe pensar, en lo que puede resultar razonable
para la mayoría, sean sus planteamientos éticos más o menos antropocéntricos o
biocéntricos.
Dicho con otras
palabras: no conviene buscar otra línea de demarcación que la que separa a
quienes tienen o no una correcta percepción de los problemas y una buena
disposición para contribuir a la necesaria toma de decisiones para su solución.
Basta con ello para comprender que, por ejemplo, una adecuada educación
ambiental para el desarrollo sostenible es incompatible con una publicidad
agresiva que estimula un consumo poco inteligente; es incompatible con
explicaciones simplistas y maniqueas de las dificultades como debidas siempre a
“enemigos exteriores”; es incompatible, en particular, con el impulso de la
competitividad, entendida como contienda para lograr algo contra otros que
persiguen el mismo fin y cuyo futuro, en el mejor de los casos, no es tenido en
cuenta, lo cual resulta claramente contradictorio con las características de un
desarrollo sostenible, que ha de ser necesariamente global y abarcar la
totalidad de nuestro pequeño planeta.
Las llamadas a la
responsabilidad individual se multiplican, incluyendo pormenorizadas relaciones
de posibles acciones concretas en los más diversos campos que podemos agrupar
en:
Consumo responsable
(ecológico o sostenible), presidido por las “3 R” (reducir, reutilizar y
reciclar), que puede afectar desde la alimentación (reducir, por ejemplo, la ingesta
de carne) al transporte (promover el uso de la bicicleta y del transporte
público como formas de movilidad sostenible), pasando por la limpieza (evitar
sustancias contaminantes), la calefacción e iluminación (sustituir las
bombillas incandescentes por las de bajo consumo) o la planificación familiar,
etc., etc. (Button y Friends
of the Earth, 1990; Silver y Vallely, 1998; García Rodeja, 1999; Vilches y Gil,
2003).
Comercio justo, que
implica producir y comprar productos con garantía de que han sido obtenidos con
procedimientos sostenibles, respetuosos con el medio y con las personas (y que
ha dado lugar a campañas como “Ropa limpia”, centrada en el comercio textil o
“Juega limpio” que se ocupa más concretamente de ropa deportiva). Este mismo
principio de responsabilidad personal ha de aplicarse en la práctica del
turismo (ver Turismo sostenible) o en las actividades financieras, siguiendo los
principios de la Banca ética, de forma que el beneficio obtenido de la posesión
e intercambio de dinero sea consecuencia de la actividad orientada al bien
común y sea equitativamente distribuido entre quienes intervienen a su
realización.
Activismo ciudadano
ilustrado, lo que exige romper con el descrédito de “la política”, actitud que promueven
quienes desean hacer su política sin intervención ni control de la ciudadanía.
Crecimiento
económico y sostenibilidad.
Desde la segunda
mitad del siglo xx se ha producido un crecimiento económico global sin
precedentes. Por dar algunas cifras, la producción mundial de bienes y
servicios creció desde unos cinco billones de dólares en 1950 hasta cerca de 30
billones en 1997, es decir, casi se multiplicó por seis. Y todavía resulta más
impresionante saber que el crecimiento entre 1990 y 1997 –unos cinco billones
de dólares– fue similar al que se había producido ¡desde el comienzo de la
civilización hasta 1950! Se trata de un crecimiento, pues, realmente
exponencial, acelerado.
Mientras los
indicadores económicos como la producción o la inversión han sido, durante
años, sistemáticamente positivos, los indicadores ambientales resultaban cada
vez más negativos, mostrando una contaminación sin fronteras y un cambio
climático que degradan los ecosistemas y amenazan la biodiversidad y la propia
supervivencia de la especie humana. Y pronto estudios como los de Meadows sobre
“Los límites del crecimiento” (Meadows et al., 1972; Meadows, Meadows y
Randers, 1992; Meadows, Randers y Meadows, 2006) establecieron la estrecha
vinculación entre ambos indicadores, lo que cuestiona la posibilidad de un
crecimiento sostenido. El concepto de huella ecológica, que se define como el
área de territorio ecológicamente productivo necesaria para producir los
recursos utilizados y para asimilar los residuos producidos por una población
dada (Novo, 2006) permite cuantificar aproximadamente estos límites.
El déficit
ecológico viene a indicar esta diferencia entre huella ecológica y
biocapacidad. La fecundidad de estos conceptos para cuantificar los problemas
del planeta ha llevado a introducir otros más específicos como el de “huella de
carbono” para medir las emisiones de CO2 o el de “huella hídrica”, asociada al
consumo de un recurso tan esencial como el agua. Todo ello justifica que hoy
hablemos de un crecimiento insostenible.
Podemos afirmar que
si la economía mundial tal como está estructurada actualmente continúa su expansión,
destruirá el sistema físico sobre el que se sustenta y se hundirá (Diamond,
2006). Se hace necesario, a este respecto, distinguir entre crecimiento y desarrollo.
Como afirma Daly (1997), «el crecimiento es incremento cuantitativo de la
escala física; desarrollo, la mejora cualitativa o el despliegue de potencialidades
(…) Puesto que la economía humana es un subsistema de un ecosistema global que
no crece, aunque se desarrolle, está claro que el crecimiento de la economía no
es sostenible en un período largo de tiempo».
Ello lleva a
Giddens (2000) a afirmar: «La sostenibilidad ambiental requiere, pues, que se
produzca una discontinuidad: de una sociedad para la cual la condición normal
de salud ha sido el crecimiento de la producción y del consumo material se ha
de pasar a una sociedad capaz de desarrollarse disminuyéndolos».
Compromiso por una
educación para la sostenibilidad
campaña Compromiso por una educación para la
sostenibilidad.
El compromiso, en
primer lugar, de incorporar a nuestras acciones educativas la atención a la
situación del mundo, promoviendo entre otros:
• Un consumo responsable, que se ajuste a las
tres R (Reducir, Reutilizar y Reciclar) y atienda a las demandas del “Comercio
justo”.
• La reivindicación
e impulso de desarrollos tecnocientíficos favorecedores de la sostenibilidad,
con control social y la aplicación sistemática del principio de precaución;.
• Acciones sociopolíticas en defensa de la
solidaridad y la protección del medio, a escala local y planetaria, que
contribuyan a poner fin a los desequilibrios insostenibles y a los conflictos
asociados, con una decidida defensa de la ampliación y generalización de los
derechos humanos al conjunto de la población mundial, sin discriminaciones de
ningún tipo (étnicas, de género…).
• La superación, en
definitiva, de la defensa de los intereses y valores particulares a corto plazo
y la comprensión de que la solidaridad y la protección global de la diversidad
biológica y cultural constituyen un requisito imprescindible para una auténtica
solución de los problemas. Compromiso por una educación para la sostenibilidad
Naciones Unidas, frente a la gravedad y urgencia de los problemas a los que se
enfrenta hoy la humanidad, ha instituido una Década de la Educación para un
Futuro Sostenible (2005–2014), designado a UNESCO como órgano responsable de su
promoción. El manifiesto que presentamos constituye un llamamiento a participar
decididamente en esta importante iniciativa. El compromiso, en segundo lugar,
de multiplicar las iniciativas para implicar al conjunto de los educadores, con
campañas de difusión y concienciación en los centros educativos, congresos,
encuentros, publicaciones… y, finalmente, el compromiso de un seguimiento
cuidadoso de las acciones realizadas, dándolas a conocer para un mejor
aprovechamiento colectivo.
Crecimiento
demográfico y sostenibilidad
A lo largo del
siglo 20 la población se ha más que cuadruplicado. Y aunque se ha producido un
descenso en la tasa de crecimiento de la población, ésta sigue aumentando en
unos 80 millones cada año, por lo que puede duplicarse de nuevo en pocas
décadas.
La Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo (1988) ha
señalado las consecuencias: «En muchas partes del mundo, la población crece
según tasas que los recursos ambientales disponibles no pueden sostener, tasas
que están sobrepasando todas las expectativas razonables de mejora en materia
de vivienda, atención médica, seguridad alimentaria o suministro de energía».
Alrededor de un 40% de la producción fotosintética primaria de los ecosistemas
terrestres es usado por la especie humana cada año para, fundamentalmente,
comer, obtener madera y leña, etc. Es decir, la especie humana está próxima a
consumir tanto como el conjunto de las otras especies. Como explicaron los
expertos en sostenibilidad, en el marco del llamado Foro de Río + 5, la actual
población precisaría de los recursos de tres Tierras (!) para alcanzar un nivel
de vida semejante al de los países desarrollados. Puede decirse, pues, que
hemos superado ya la capacidad de carga del planeta, es decir, la máxima
cantidad de seres humanos que el planeta puede mantener de forma permanente. De
hecho se ha estimado en 1,7 hectáreas la biocapacidad del planeta por cada
habitante (es decir el terreno productivo disponible para satisfacer las
necesidades de cada uno de los más de 6000 millones de habitantes del planeta)
mientras que en la actualidad la huella ecológica media por habitante es de 2,8
hectáreas.
Tecnociencia
para la sostenibilidad
Cuando se plantea
la contribución de la tecnociencia a la sostenibilidad, la primera
consideración que es preciso hacer es cuestionar cualquier expectativa de encontrar
soluciones puramente tecnológicas a los problemas a los que se enfrenta hoy la
humanidad. Pero, del mismo modo, hay que cuestionar los movimientos
anti-ciencia que descargan sobre la tecnociencia la responsabilidad absoluta de
la situación actual de deterioro creciente. Muchos de los peligros que se
suelen asociar al “desarrollo científico y tecnológico” han puesto en el centro
del debate la cuestión de la “sociedad del riesgo”, según la cual, como
consecuencia de dichos desarrollos tecnocientíficos actuales, crece cada día la
posibilidad de que se produzcan daños que afecten a una buena parte de la
humanidad y que nos enfrentan a decisiones cada vez más arriesgadas (López
Cerezo y Luján, 2000).
No podemos ignorar, sin embargo, que, como señala el historiador
de la ciencia Sánchez Ron (1994), son científicos quienes estudian los
problemas a los que se enfrenta hoy la humanidad, advierten de los riesgos y
ponen a punto soluciones. Por supuesto no sólo científicos, ni todos los
científicos. Por otra parte, es cierto que han sido científicos los productores
de, por ejemplo, los freones que destruyen la capa de ozono. Pero, no lo
olvidemos, junto a empresarios, economistas, trabajadores, políticos… La
tendencia a descargar sobre la ciencia y la tecnología la responsabilidad de la
situación actual de deterioro creciente, no deja de ser una nueva
simplificación maniquea en la que resulta fácil caer. Las críticas y las
llamadas a la responsabilidad han de extenderse a todos nosotros, incluidos los
“simples” consumidores de los productos nocivos (Vilches y Gil, 2003). Y ello
supone hacer partícipe a la ciudadanía de la responsabilidad de la toma de
decisiones en torno a este desarrollo tecnocientífico. Hechas estas
consideraciones previas, podemos ahora abordar más matizadamente el papel de la
tecnociencia.
Reducción
de la pobreza
Al abordar el
problema de la pobreza extrema se suelen señalar tres hechos que reclaman una
atención inmediata: la mortalidad prematura, la desnutrición y el analfabetismo
(CMMAD, 1998).
Ésa es la razón por la que el PNUD ha introducido el IDH (Índice
de Desarrollo Humano) que intenta reflejar el bienestar desde un punto de vista
más amplio, contemplando tres dimensiones –longevidad, estudios y nivel de
vida– y que se ha convertido en un instrumento para evaluar las diferentas
entre países. Y toda esta problemática hay que contemplarla en su contexto y en
su evolución: esa terrible pobreza se produce mientras parte del planeta asiste
a un espectacular crecimiento económico. Es decir, estamos ante una pobreza que
coexiste con una riqueza en aumento, de forma que en los últimos 40 años
–señala el mismo informe del Banco Mundial– se han duplicado las diferencias
entre los 20 países más ricos y los 20 más pobres del planeta. «Si no actuamos ahora
las desigualdades serán gigantescas en los próximos años», expresaba con
preocupación en 1997 el presidente del Banco Mundial, señalando el peligro de
que la pobreza acabe estallando «como una bomba de relojería». Y no se trata
únicamente de desequilibrios entre países: es preciso salir también al paso de
las fuertes discriminaciones y segregación social que se dan en el seno de una
misma sociedad y, muy en particular, de las que afectan a las mujeres en la
mayor parte del planeta (ver Igualdad de género).
Igualdad
de género
Hablar de igualdad
de sexos o, como es más frecuentemente aceptado, de igualdad de género, es
referirse a un objetivo contra una realidad de discriminaciones y segregación
social. «Una de las más frecuentas y silenciosas formas de violación de los derechos
humanos es la violencia de género», señala el Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo (PNUD). «Éste es un problema universal, pero para comprender
mejor los patrones y sus causas, y por lo tanto eliminarlos, conviene partir
del conocimiento de las particularidades históricas y socioculturales de cada
contexto específico. Por consiguiente, es necesario considerar qué
responsabilidades y derechos ciudadanos se les reconocen a las mujeres en cada
sociedad, en comparación con los que les reconocen a los hombres, y las pautas
de relación que entre ellos se establecen» (http:// www.undp.org.ni/genero.php).
La enumeración de
discriminaciones que hace el PNUD es interminable: «la pobreza afecta en mayor
medida a las mujeres», lo que se relaciona con «su desigualdad en cuanto al
acceso a la educación, a los recursos productivos y al control de bienes, así
como, en ocasiones, a la desigualdad de derechos en el seno de la familia y de
la sociedad». Esa discriminación va más allá de las leyes: «Allí donde los
derechos de las mujeres están reconocidos, la pobreza (con el analfabetismo que
conlleva) a menudo les impide conocer sus derechos». Por otra parte, en los
países industrializados, pese haber logrado, no hace mucho, la igualdad legal
de derechos «se sigue concediendo empleos con mayor frecuencia y facilidad a
los hombres, el salario es desigual y los papeles en función del sexo son aún
discriminatorios».
La erradicación de
la discriminación de las mujeres entronca así con los objetivos de la educación
para la sostenibilidad, de la reducción de la pobreza y, en definitiva, de la
universalización de los derechos humanos.
Contaminación
sin fronteras
El problema de la
contaminación es uno de los primeros que nos suele venir a la mente cuando
pensamos en la situación del mundo, puesto que la contaminación ambiental hoy
no conoce fronteras y afecta a todo el planeta.
La mayoría de los
ciudadanos percibimos ese carácter global del problema de la contaminación; por
eso nos referimos a ella como uno de los principales problemas del planeta.
Pero conviene hacer un esfuerzo por concretar y abordar de una forma más
precisa las distintas formas de contaminación y sus consecuencias.
Todo ello se
traduce en una grave destrucción de ecosistemas (McNeill, 2003; Vilches y Gil,
2003) y pérdidas de biodiversidad.
Hoy,
afortunadamente, existe ya un “Convenio de Estocolmo” que que, además de tener
entre sus metas reducir y llegar a eliminar totalmente doce de los COP más tóxicos,
prepara el camino para un futuro libre de COP, al tiempo que asistimos a un
creciente desarrollo alternativo de biopesticidas y biofertilizantes, dentro de
una orientación denominada “Biomímesis”, que busca inspirarse en la naturaleza
para avanzar hacia la sostenibilidad (Riechmann, 2000).
Los costes de la
degradación ambiental no se han tomado en consideración hasta recientemente, pero
se empieza a comprender que deben ser incorporados en la evaluación de
cualquier proyecto; no se pueden “externalizar”, como se ha venido haciendo,
porque hoy sabemos que ello resulta absolutamente insostenible. Uno de los
principales puntos de la agenda de la Cumbre de la Tierra de Johannesburgo, en
2002, fue precisamente la instauración de un marco jurídico que definiera la
responsabilidad ambiental de las empresas (Bovet et al., 2008, pp 14-15).
Algunas empresas se
plantean contribuir activa y voluntariamente, más allá del cumplimiento de leyes
y normas, a la mejora de las condiciones socioambientales, para beneficio de
las personas y, sin duda, para mejorar su valoración social. Ello ha dado lugar
a lo que se conoce como responsabilidad social corporativa (RSC), también
llamada responsabilidad social empresarial (RSE).
Tanto la
legislación como las iniciativas de responsabilidad social de las empresas son
un claro índice de la preocupación que generan las secuelas de muchas
actividades asociadas con agentes contaminantes.
Son numerosos los
ejemplos de formas de contaminación y de problemas ambientales que los seres humanos
estamos provocando desde los inicios de la revolución industrial y, muy en
particular, durante el último medio siglo. Habría que referirse a la contaminación
provocada por las pilas y baterías eléctricas, que utilizan reacciones químicas
entre sustancias, en general, muy contaminantes.
Debemos hacer una
mención especial a la contaminación provocada por materiales plásticos como el
PVC, que presenta un gran impacto ambiental durante todo su ciclo de “vida”: su
producción va unida a la del cloro, altamente tóxico y reactivo, al transporte
de materiales explosivos y peligrosos, a la generación de residuos tóxicos;
para estabilizarlo, endurecerlo y colorearlo, se le añaden metales pesados; y
fungicidas para evitar que los hongos lo destruyan.
Por último, nos
referiremos muy brevemente a otras formas de contaminación que suelen quedar relegadas
como problemas menores, pero que son igualmente perniciosas para los seres
humanos y que deben ser también atajadas:
• la contaminación
acústica –asociada a la actividad industrial, al transporte y a una inadecuada planificación
urbanística– causa de graves trastornos físicos y psíquicos.
• la contaminación
“lumínica” que en las ciudades, a la vez que supone un derroche energético, afecta
al reposo nocturno de los seres vivos, alterando sus ciclos vitales, y que
suprime el paisaje celeste, lo que contribuye a una contaminación “visual” que
altera y degrada el paisaje, a la que están contribuyendo gravemente todo tipo
de residuos, un entorno urbano antiestético, etc.
• la contaminación
del espacio próximo a la Tierra con la denominada “chatarra espacial” (miles de
objetos desplazándose a enormes velocidades relativas), cuyas consecuencias
pueden ser funestas.
Consumo
responsable
Es preciso evitar
el consumo de productos que dañan al medio ambiente por su alto impacto
ambiental, es preciso ejercer un consumo más responsable, más basado en los
productos locales -como preconizan, por ejemplo, el “Local Food Movement” o el
movimiento “slow”- en la agricultura agroecológica, etc. Un consumo alejado de
la publicidad agresiva que nos empuja a adquirir productos inútiles o exóticos
y que a menudo se viste engañosamente de verde (incurriendo en lo que se ha
denominado “Greenwashing”).
Es preciso, además, ajustar ese consumo a las
reglas del comercio justo, que implica producir y comprar productos con garantía
de que han sido obtenidos con procedimientos sostenibles, respetuosos con el
medio y con las personas... Corrientes como “Nueva cultura del agua”, “Nueva
cultura energética”, “Nueva cultura de la movilidad” o “Nueva cultura urbana”,
expresan la necesidad y posibilidad de estos cambios en los patrones de consumo
y gestión de los recursos. Pero aunque todo esto es necesario, no es suficiente
para sentar las bases de un futuro sostenible. Es necesario también abordar
otros problemas relacionados como el crecimiento realmente explosivo que ha
experimentado en muy pocas décadas el número de seres humanos.
Turismo
sostenible
«El turismo
sostenible atiende a las necesidades de los turistas actuales y de las regiones
receptoras y al mismo tiempo protege y fomenta las oportunidades para el
futuro. Se concibe como una vía hacia la gestión de todos los recursos de forma
que puedan satisfacerse las necesidades económicas, sociales y estéticas,
respetando al mismo tiempo la integridad cultural, los procesos ecológicos
esenciales, la diversidad biológica y los sistemas que sostienen la vida».
Esta definición de
turismo sostenible (turismo responsable, ecoturismo, turismo “slow”…), se ha traducido
en la consideración de una serie de requisitos que la OMT (1994) considera
fundamentales para la implantación de la Agenda 21 en los centros turísticos:
• La minimización
de los residuos.
• Conservación y
gestión de la energía.
• Gestión del
recurso agua.
• Control de las
sustancias peligrosas.
• Transportes.
• Planeamiento
urbanístico y gestión del suelo.
• Compromiso
medioambiental de los políticos y de los ciudadanos.
• Diseño de
programas para la sostenibilidad.
• Colaboración para
el desarrollo turístico sostenible.
Se hacen necesarias
medidas efectivas para lograr que, como reclama Naciones Unidas, las
actividades turísticas se organicen «en armonía con las peculiaridades y
tradiciones de las regiones y paisajes receptores (…) de forma que se proteja
el patrimonio natural que constituyen los ecosistemas y la diversidad
biológica» (Hickman, 2007) y, habría que añadir, cultural.
Derechos
humanos y sostenibilidad
La preservación
sostenible de la especie humana en nuestro planeta exige la libre participación
de la ciudadanía en la toma de decisiones (lo que supone la universalización de
los Derechos humanos de primera generación) y la satisfacción de sus necesidades
básicas (Derechos de segunda generación). Pero esta preservación aparece hoy
como un derecho en sí mismo, como parte de los llamados Derechos humanos de
tercera generación, que se califican como derechos de solidaridad «porque
tienden a preservar la integridad del ente colectivo» (Vercher, 1998) y que
incluyen, de forma destacada, el derecho a un ambiente sano, a la paz y al
desarrollo para todos los pueblos y para las generaciones futuras, integrando
en éste último la dimensión cultural que supone el derecho al patrimonio común
de la humanidad. Se trata, pues, de derechos que incorporan explícitamente el
objetivo de un desarrollo sostenible:
El derecho de todos
los seres humanos a un ambiente adecuado para su salud y bienestar. Comoafirma
Vercher, la incorporación del derecho al medio ambiente saludable como un
derechohumano, esencialmente universal, responde a un hecho incuestionable: «de
continuar degradándose el medio ambiente al paso que va degradándose en la
actualidad, llegará un momento en que su mantenimiento constituirá la más
elemental cuestión de supervivencia en cualquier lugar y para todo el mundo (…)
El derecho a la
paz, lo que supone impedir que los intereses particulares (económicos,
culturales…) a corto plazo, se impongan por la fuerza a los demás, con grave perjuicio
para todos: recordemos las consecuencias de los conflictos bélicos y de la
simple preparación de los mismos, tengan o no tengan lugar: desde la
degradación ambiental (no hay nada tan contaminante y destructor de recursos
como un conflicto bélico) a los millones de refugiados, víctimas de las guerras.
El derecho a la paz ha de plantearse, claro está, a escala mundial, ya que solo
una autoridad democrática universal podrá garantizar la paz y salir al paso de
los intentos de transgredir este derecho.
El derecho a un
desarrollo sostenible, tanto económico como cultural de todos los pueblos. Ello
conlleva, por una parte, el cuestionamiento de los actuales desequilibrios
económicos, entre países y poblaciones, así como nuevos modelos y estructuras
económicas adecuadas para el logro de la sostenibilidad y, por otra, la defensa
de la etnodiversidad o diversidad cultural, como patrimonio de toda la
humanidad, y del mestizaje intercultural, contra todo tipo de racismo y de
barreras étnicas o sociales.
Diversidad
cultural
En el tema de la
diversidad cultural o etnodiversidad se incurre en este biologismo cuando se afirma,
como hace Clément (1999), que «El aislamiento geográfico crea la diversidad. De
un lado, la diversidad de los seres por el aislamiento geográfico, tal es la
historia natural de la naturaleza; del otro, la diversidad de las creencias por
el aislamiento cultural, tal es la historia cultural de la naturaleza». Esa
asociación entre diversidad y aislamiento es, desde el punto de vista cultural,
cuestionable: pensemos que la vivencia de la diversidad aparece precisamente
cuando se rompe el aislamiento; sin contacto entre lugares aislados solo
tenemos una pluralidad de situaciones cada una de las cuales contiene escasa
diversidad y nadie puede concebir (y, menos, aprovechar) la riqueza que supone
la diversidad del conjunto de esos lugares aislados.
Por la misma razón,
no puede decirse que los contactos se traducen en empobrecimiento de la diversidad
cultural. Al contrario, es el aislamiento completo el que supone falta de
diversidad en cada uno de los fragmentos del planeta, y es la puesta en contacto
de esos fragmentos lo que da lugar a la diversidad. Es necesario, pues,
cuestionar el tratamiento de la diversidad cultural con los mismos patrones que
la biológica. Y ello obliga a preguntarse si la diversidad cultural es algo tan
positivo como la biodiversidad.
Cambio
climático: una innegable y preocupante realidad
A finales de 1990,
se celebró la Segunda Conferencia Mundial sobre el Clima, reunión clave para que
Naciones Unidas arrancara el proceso de negociación que condujese a la
elaboración de un tratado internacional sobre el clima.
Hoy, tras décadas
de estudios, no parece haber duda alguna entre los expertos acerca de que las
actividades humanas están cambiando el clima del planeta. Ésta fue,
precisamente, la conclusión de los Informes de Evaluación del Panel
Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC http://www.ipcc.ch/), organismo
creado en 1988 por la Organización Meteorológica Mundial y el Programade las
Naciones Unidas para el Medio Ambiente, con el cometido de realizar
evaluacionesperiódicas del conocimiento sobre el cambio climático y sus
consecuencias. Hasta el momento, elIPCC ha publicado cuatro informes de
Evaluación, en 1990, 1995, 2001 y 2007, dotados del máximo reconocimiento
mundial. El día 2 de febrero de 2007 se hizo público, con un notable y merecido
impacto mediático, el IV Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental
sobre Cambio Climático (IPCC), organismo científico de Naciones Unidas.
Biodiversidad
La preocupación no
viene por el hecho de que desaparezca alguna especie, sino porque se teme que
estamos asistiendo a una masiva extinción (Duarte Santos, 2007) como las otras
cinco que, según Lewin (1997), se han dado a lo largo de la evolución de la
vida, como la que dio lugar a la desaparición de los dinosaurios. Y esas
extinciones han constituido auténticos cataclismos. Lo que preocupa, pues, y
muy seriamente, es la posibilidad de provocar una catástrofe que arrastre a la propia
especie humana (Diamond, 2006).
-
Según Delibes de Castro, «diferentes cálculos
permiten estimar que se extinguen entre diez mil y cincuenta mil especies por
año. Yo suelo citar a Edward Wilson, uno de los ‘inventores’ de la palabra
biodiversidad, que dice que anualmente desaparecen veintisiete mil especies, lo
que supone setenta y dos diarias y tres cada hora (…) una cifra fácil de retener.
Eso puede representar la pérdida, cada año, del uno por mil de todas las
especies vivientes.
A ese ritmo, en mil
años no quedaría ninguna (incluidos nosotros)» (Delibes y Delibes, 2005). En la
misma dirección, Folch (1998) habla de una homeostasis planetaria en peligro,
es decir, de un equilibrio de la biosfera que puede derrumbarse si seguimos
arrancándole eslabones: «La naturaleza es diversa por definición y por
necesidad. Por eso, la biodiversidad es la mejor expresión de su lógica y, a la
par, la garantía de su éxito».
Urbanización
y sostenibilidad
La palabra
ciudadano se ha convertido casi en sinónimo de ser humano… hablamos de civismo,
de educar en la ciudadanía, de derechos y deberes de los ciudadanos… la ciudadanía
y, por tanto, la ciudad, aparecen como una conquista clave de los seres
humanos. Y en ese sentido, tan ciudadanos son los habitantes de una gran ciudad
como los de una pequeña población rural. Pero sabemos que la atracción de las
ciudades, del mundo urbano, sobre el mundo rural tiene razones poderosas y en
buena parte positivas. Como afirma Folch, «las poblaciones demasiado pequeñas
no tienen la masa crítica necesaria para los servicios deseables». La
educación, la sanidad, el acceso a trabajos mejor remunerados, la oferta
cultural y de ocio… todo llama hacia la ciudad en busca de un aumento de
calidad de vida.
Nueva
cultura del agua
El agua ha sido
considerada comúnmente como un recurso renovable, cuyo uso no se veía limitado por
el peligro de agotamiento que afecta, por ejemplo, a los yacimientos minerales.
Los textos escolares hablan, precisamente, del “ciclo del agua” que, a través
de la evaporación y la lluvia, devuelve el agua a sus fuentes para engrosar los
ríos, lagos y acuíferos subterráneos… y vuelta a empezar.
Y ha sido así mientras
se ha mantenido un equilibrio en el que el volumen de agua utilizada no era
superior al que ese ciclo del agua reponía. Pero el consumo de agua se ha
disparado: a escala planetaria el consumo de agua potable se ha venido doblando
últimamente cada 20 años, debido a la conjunción de los excesos de consumo de
los países desarrollados (ver Consumo responsable) y del crecimiento
demográfico, con las consiguientes necesidades de alimentos.
El problema del
agua aparece así como un elemento central de la actual situación de emergencia planetaria
(Vilches y Gil, 2003) y su solución –que exige el reconocimiento del derecho
fundamental de todo ser humano a disponer de, por lo menos, 20 litros de agua
potable diarios (Bovet, 2008, pp. 52-53)– sólo puede concebirse como parte de
una reorientación global del desarrollo tecnocientífico, de la educación
ciudadana y de las medidas políticas para la construcción de un futuro
sostenible, superando la búsqueda de beneficios particulares a corto plazo y
ajustando la economía a las exigencias de la ecología y del bienestar social
global.
Gobernanza
universal. Medidas políticas para la sostenibilidad
Vivimos una grave
situación de emergencia planetaria que obliga a pensar en un complejo entramado
de medidas, tecnológicas, educativas y políticas, cada una de las cuales tiene
carácter de conditio sine qua non, sin que ninguna de ellas, por sí sola, pueda
resultar efectiva, pero cuya ausencia puede anular el efecto de las que sí se
apliquen: se ha comprendido, en efecto, que no basta con plantear tecnologías
para la sostenibilidad o una educación para la sostenibilidad; son precisas
igualmente medidas políticas que garanticen las auditorias ambientales, la
protección de la diversidad biológica y cultural, la promoción de tecnologías
sostenibles mediante políticas de I + D y una fiscalidad verde que penalice los
consumos y actuaciones contaminantes, etc…
Pero tampoco basta
con políticas locales o estatales; hemos de reconocer que no es posible abordar
solo localmente problemas como una contaminación sin fronteras, el cambio
climático, el agotamiento de recursos vitales, la pérdida de biodiversidad o la
reducción de la pobreza y la marginación, que afectan a todo el planeta
(Duarte, 2006).
El concepto de
gobernanza no es familiar para muchos de nosotros, pero el Diccionario de la Lengua
Española de la Real Academia lo incluye, en sus últimas ediciones, definiéndolo
como
“Arte o manera de
gobernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social
e institucional duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la
sociedad civil y el mercado de la economía”. Sería preferible, pensamos, una
definición más simple y menos condicionada por expresiones como “Estado”
(¿acaso sólo se puede hablar de gobernanza en un ámbito estatal?) o “mercado de
la economía”. Bastaría, en nuestra opinión, referirse a la gobernanza como
manera de gobernar que se propone como objetivo el logro de un futuro
sostenible (o “duradero”). Lo esencial, sin embargo, más allá de estos matices,
es que este nuevo concepto supone el reconocimiento de la necesidad de asociar
la idea de desarrollo sostenible a medidas políticas, a medidas de gobierno y,
en particular, de gobernanza universal, entendida como “Arte o manera de
gobernar que se propone como objetivo el logro de un futuro sostenible”.